Cada noviembre, El Salvador honra a sus difuntos reuniendo a las familias para recordar, compartir y enflorar tumbas; manteniendo viva la conexión con quienes partieron.
Cada año, a medida que noviembre se asoma, El Salvador se sumerge en un manto de nostalgia y celebración. Desde el primero, los salvadoreños se preparan para honrar a sus difuntos por medio de una serie de tradiciones que nos recuerdan que las personas que partieron siguen estando presentes y sirven de antesala para el Día de los Difuntos, celebrado el 2 de noviembre.
Como parte de las conmemoraciones en víspera del Día de los Muertos, cada 1 de noviembre, en Nahuizalco, se celebra el Día de los Canchules. Esta tradición, que mezcla creencias ancestrales y la cultura popular, invita a las familias a preparar una serie de platillos y dulces típicos, para luego servirlos en los altares que se levantan en honor a los familiares y amigos que ya han partido. Estas estructuras se adornan con fotografías, flores, velas, guirnaldas de papel y la comida preparada en honor a los difuntos.
Si bien esta celebración es muy parecida a la tradición mexicana de Día de Muertos, no se trata de la misma, aunque sus raíces son las mismas debido a que nacen de tradiciones mesoamericanas. Este día se convierte en una oportunidad para recordar y compartir, manteniendo viva la conexión con aquellos que han partido.
En otro punto del país, específicamente en Tonacatepeque, existe otra festividad, se trata del Festival de la Calabiuza, una hibridación entre el Halloween y las tradiciones salvadoreñas, aunque en su origen no tuvo esa intención.
Aprovechando la temporada del ayote, un tipo de calabaza, las familias de la zona aprovechaban para preparar el tradicional ayote en miel. Además, los pequeños que habitaban la zona salían de sus casas con sus recipientes de morro a pedir un poco de esta delicia, similar a la tradición de pedir dulces en Día de Brujas, celebrado en otros países el 31 de octubre. Pero, ¿cómo saber qué puerta tocar para conseguir un poco de este manjar? Sencillo, las familias que lo elaboran colocan una vela en la fachada de sus casas, anunciando así que pueden acercarse para probar un poco de este tradicional dulce.
Con el tiempo esta tradición se volvió en un festival, donde los jóvenes, además de salir a pedir ayote en miel, se disfrazaban de personajes mitológicos del folklore salvadoreño como la Siguanaba, el Cipitío y demás.
Tanto el Día de los Canchules, como el Festival de la Calabiuza, marcan el inicio de un periodo de reflexión, donde los hogares se llenan de aromas y sabores que evocan la presencia de los que se han ido. Las familias se reúnen para preparar estos platillos, un acto que va más allá de la comida; es un ritual de amor y memoria. Al saborear cada bocado, los salvadoreños rinden homenaje a sus ancestros, manteniendo viva la historia familiar y asegurando que sus tradiciones perduren a través del tiempo.
Estos rituales previos al 2 de noviembre sirven de antesala para la importante tradición de enflorar las tumbas en los cementerios. A medida que se acerca la fecha, las familias se preparan para visitar los camposantos, llevando flores frescas, velas, comidas y sin importar la distancia a la que queden los cementerios la promesa de llegar a enflorar a sus difuntos no se empaña. Los cementerios se transforman en un mar de colores, donde las coronas de flores brillan bajo el sol, y las velas encendidas iluminan las lápidas, creando un espacio sagrado de conexión y recuerdo.
El acto de enflorar las tumbas es un momento de profunda introspección y amor. Las familias limpian y adornan los lugares de descanso de sus seres queridos, creando un ambiente que celebra la vida y el legado de quienes han partido. Este ritual se convierte en un acto de cariño, donde cada flor colocada y cada vela encendida simboliza el amor eterno que se siente hacia aquellos que ya no están. Mientras los recuerdos fluyen y las historias se comparten, se establece un vínculo que trasciende el tiempo y el espacio.
En El Salvador, la muerte es vista como parte del ciclo de la vida, y las tradiciones del Día de los Difuntos ayudan a las familias a encontrar consuelo y fortaleza en el recuerdo. La celebración no se reduce al dolor de la pérdida, sino que se convierte en un tributo a la vida vivida, a las enseñanzas impartidas y a los momentos compartidos.
Así, cada primero y dos de noviembre, el país se transforma en un escenario donde el amor se manifiesta de mil maneras. Las tradiciones del Día de los Difuntos son un testimonio de que, aunque los cuerpos se desvanecen, las almas permanecen vivas en el corazón de quienes las aman.