Un año más, la feligresía católica está preparada para conmemorar la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo, un período de reflexión, paz y sanidad para todos aquellos que viven con gozo las actividades religiosas.
La Semana Mayor se ve marcada por una serie de rituales y procesiones que pintan de morado las principales calles de los pueblos de El Salvador, en las que —a paso lento— los feligreses caminan con la imagen de aquel que dio su vida en la cruz por nosotros.
Durante estos días es imposible no cuestionarse sobre la falta de fe en las nuevas generaciones. Y es que en comparación con décadas atrás, los recorridos religiosos de hoy en día no suelen tener la misma multitud de antes, ¿Será que a los jóvenes de la actualidad no les interesa seguir la tradición de sus abuelos y padres? ¿O será que la vida tan acelerada que llevamos no nos da tiempo para ser partícipe de ellas?
Tal vez sea una mezcla de ambas cosas. Vivimos en una era donde todo ocurre con inmediatez, donde las prioridades están marcadas por las pantallas y las redes sociales, y donde la espiritualidad ha sido desplazada por el ajetreo de la vida moderna.
Pero más allá de juzgar o señalar, la pregunta que debemos hacernos como sociedad es: ¿Qué estamos haciendo para transmitir el valor profundo de esta tradición?
Puesto que, la Semana Santa no se trata solo de asistir a procesiones o abstenerse de comer carne los viernes. Es, ante todo, un llamado a la reconciliación, a la compasión y al perdón. Una invitación a mirar al otro con empatía, a recordar que aún en medio del dolor, la esperanza puede renacer.
Así que no importa si en estos días prefieres vacacionar en las playas salvadoreñas, disfrutar de los diferentes platillos de la época o asistir a las actividades religiosas; lo importante es que entiendas el verdadero significado de este tiempo y que lo transmitas a las nuevas generaciones, sin alterar su esencia. Porque más allá de la tradición, la fe —cuando se vive con autenticidad— sigue siendo un faro en medio de la oscuridad.