Juegos tradicionales de El Salvador: memorias que aún viven en nuestra infancia

En El Salvador, antes de los juegos digitales, bastaba un patio de tierra y un buen grupo de cipotes para armar la diversión. Donde hubo tierra y risa, hubo infancia de verdad… y eso no se olvida.

En estos tiempos donde los bichos andan más pegados al celular que a la calle, todavía hay quienes se acuerdan, y hasta enseñan, cómo era la cosa “a la antigua”: con una chibola en el patio, un capirucho en la mano o un yoyo girando como loco.

Porque antes no se necesitaba Wi-Fi para ser feliz. Bastaba una sombra de almendro, una rajadura en la acera y ese impulso de la infancia que hacía girar todo: el trompo, el yoyo… y la imaginación.

Chibolas o canicas

¿Quién no jugó chibola en el recreo o en el patio de su casa? Esa era la verdadera moneda de cambio en la infancia. Había chibolas rayadas, traslúcidas, de las grandes, de diversos colores y hasta unas que brillaban cuando les daba el sol. El que llevaba una buena colección en su bolsita ya era respetado.

Se jugaba en el círculo, en línea, en el hoyito… y aunque pareciera cosa de cipotes, ahí se ponía a prueba la puntería, la estrategia y la astucia. Sí, porque también había que saber cuándo arriesgar y cuándo guardar las mejores.

Y cuando perdías tu canica favorita, esa que parecía galaxia por dentro… ah, cómo dolía. Pero aprendías a perder y a divertirte.

Capirucho

Quien no se acuerda del capirucho, ese objeto de madera con forma de sombrerito, amarrado a un palo por un hilo. Aunque parecía un juego fácil, te llevaba varios intentos para encajarlo bien. Uno se pasaba tardes enteras practicando… y cuando por fin lo lograbas, te sentías como si hubieras ganado medalla olímpica.

Lo bonito es que hoy, gracias a festivales como el de Cojutepeque, este juego sigue vivo. Artesanos locales le dan vida con pura mano y madera nacional. Y lo hacen con tanto detalle que hasta parecen piezas de museo.

¿Sabías que este juguete, aunque no es patrimonio oficial, es símbolo de nuestra identidad? Porque el capirucho no solo es juego: es paciencia, coordinación y orgullo de lo nuestro.

Yoyo

El yoyo era el juguete de los “pro”: no bastaba con hacerlo subir y bajar. El chiste era dominar los trucos: “el dormilón”, “la vuelta al mundo”, “el perrito”, “el ascensor”… y si te salían todos, eras el crack del pasaje.

Pero también tenía su riesgo: más de uno se lo llevó en la cara por querer hacerse el experto. Aprendías a fallar, a practicar, y a reírte cuando no te salía nada. Y aunque el yoyo no es 100% salvadoreño, aquí lo hicimos nuestro. Hoy todavía hay quienes lo guardan en una gaveta, como ese recuerdo que no querés botar porque te recuerda a vos mismo, en otra etapa.

 Lo nuestro sigue vivo… si lo seguimos jugando

Aunque ya no están en todas las tiendas, todavía hay ferias donde podés conseguir estos juguetes: en Suchitoto, Ahuachapán, San Vicente… O incluso en actividades organizadas por el Ministerio de Cultura, donde el capirucho y el trompo se muestran con orgullo como piezas de historia viva.

Los juguetes tradicionales no son solo cosas del pasado. Son cultura que todavía respira, sueña y enseña. Rescatar lo nuestro no es una moda retro. Es volver a lo básico. Es enseñarle a los niños que también se puede aprender jugando, sin pantallas, sin cables, sin enchufes.