A finales de octubre y principios de noviembre, Cacaopera y Tonacatepeque llevan a cabo una serie de tradiciones ancestrales que fusiona el sabor del ayote en miel con el Día de Muertos.
La Pedida de Ayote en Cacaopera y el Festival de la Calabiuza en Tonacatepeque son dos tradiciones salvadoreñas que comparten muchas similitudes. Aunque no se celebran exactamente el mismo día, ambos eventos conmemoran la víspera del Día de los Difuntos con recorridos, velas, cánticos y, por supuesto, ayote.
Cada año, miles de turistas, tanto nacionales como internacionales, visitan estos pueblos mágicos para vivir de cerca estas expresiones culturales y descubrir porqué el ayote en miel es el gran protagonista de la temporada.
Pero ¿cuándo se celebran y qué rituales se practican? En este artículo te invitamos a descubrir las costumbres más emblemáticas que caracterizan estos lugares y sus celebraciones.
La Pedida de Ayote

En Cacaopera, Morazán, cada 27 de octubre se celebra la tradicional Pedida de Ayote, una festividad dedicada a honrar la memoria de los seres queridos que han partido. Según la tradición oral, las familias kakawiras encienden a las 4:00 de la madrugada una vela por cada difunto, ya que se cree que a esa hora las almas regresan brevemente al mundo de los vivos. La luz de las velas guía su camino de vuelta a los hogares que alguna vez habitaron.
Las ceremonias y rituales principales se concentran en La Cruz de San Bernardino, el altar mayor de los kakawiras. Ahí rezan el Santo Rosario y se les pide permiso a los muertos en el cementerio, ya que en nombre de las ánimas las personas salen casa por casa a pedir ayote en miel.
Con velas encendidas y rezando la oración: “Ánimas somos, del cielo venimos, ayote pedimos por este camino; si no nos dan, con Dios la verán”, adultos, jóvenes y niños recorren el pueblo entero pidiendo ayote en miel. A las casas que les regalan, les gritan en coro, tres veces: “¡A la gloria!”; y a las que no abren sus puertas, las mandan “¡Al infierno!”.

De acuerdo con la mayordomía de la iglesia, “las almas de nuestros seres queridos nos visitan por 8 días, desde el 27 de octubre hasta el 3 de noviembre. El día de su partida se tiene que encender otra vela a las 4:00 de la madrugada para guiar su camino”.
La Pedida de Ayote es una tradición originaria del pueblo Kakawira y está profundamente influenciada por las culturas mexicanas. Se da ayote en miel porque se cree que las ánimas se alimentan con este fruto mientras visitan el mundo de los vivos.

Una costumbre similar se mantiene viva en Nahuizalco, en el departamento de Sonsonate, donde los habitantes llevan a cabo el 1 de noviembre el Día de los Canchules, actividad nocturna en honor a los difuntos. Durante esta fecha, niños, jóvenes y adultos salen por las calles pidiendo “kanshultia”, es decir, solicitando distintos alimentos (entre ellos el ayote en miel) a los altares que se colocan en diferentes partes del pueblo, adornados también con flores, frutas, tamales, velas, papel picado y fotografías de los fallecidos.
En la peregrinación, los nahuizalqueños recitan: “Ángeles somos, del cielo venimos pidiendo canchules para nuestro camino, ¡kanshultia!”, mientras recorren las calles y se detienen frente a los altares colocados en las casas para recibir comida.
Festival de la Calabiuza

En el distrito de Tonacatepeque, en San Salvador Este, también tiene lugar el Festival de la Calabiuza, una tradición que, además de repartir ayote en miel a todos los visitantes y llevarse a cabo en víspera del Día de los Fieles Difuntos, pinta de color, misterio y terror sus principales calles.
A diferencia de la Pedida de Ayote, cuya tradición es más religiosa y posee profundas raíces ancestrales, la Calabiuza es un evento colorido en el que jóvenes y adultos se disfrazan de personajes mitológicos para recorrer las calles, asustando a quienes los encuentran durante la noche del 1 de noviembre, Día de Todos los Santos. Para sus habitantes, esta tradición es considerada como una alternativa a la importada celebración de Halloween.
Eso sí, en este evento también se replica el rezo “Ángeles somos, del cielo venimos, pidiendo ayote para nuestro camino, mino,mino”, mientras los participantes hacen dinámicas de danza al ritmo de un tambor.

El recorrido comienza en el cementerio municipal y finaliza en el parque central. A lo largo del trayecto, los asistentes disfrutan de un desfile de “carretas chillonas”, decoradas con imágenes de murciélagos y calaveras blancas, mientras resuenan los lamentos desgarradores de “La Llorona” al buscar a sus hijos, los alaridos del temido “Gritón de la medianoche”, las apariciones de “Almas en pena” y esqueletos que cobran vida.
Algunos jóvenes también encarnan a los personajes mitológicos de la cultura salvadoreña, como el “Cipitío”, un ser que usa un enorme sombrero puntiagudo, que le encanta comer ceniza y que enamorar a las jóvenes en los ríos; o a su madre, la despeinada “Siguanaba”, que con grandes y caídos pechos asusta a los hombres. Sin olvidar el Padre sin Cabeza que saca sustos a más de uno.
Muchos de los participantes se pintan la piel de color ceniza, simulando la muerte en transición al más allá y llevan entre sus manos antorchas y velas para darle el toque de terror y misterio a la velada.

Como es tradición, al finalizar el recorrido se entregan más de 34.000 porciones de ayote en miel a los asistentes que hacen filas frente a gigantescos recipientes donde se cocinan a leña este delicioso manjar.
Todas estas costumbres son un claro ejemplo de la diversidad que caracteriza a El Salvador, a pesar de ser un país pequeño. A lo largo de los años, ha sabido fusionar sus historias y tradiciones con la gastronomía local, manteniendo vivos esos sabores únicos y aprovechando los frutos de temporada.
