Luces y color, los farolitos de Ahuachapán iluminan las calles para ofrecer una experiencia llena historia y tradición.
Cada 7 de septiembre, las calles del departamento de Ahuachapán se transforman en un deslumbrante espectáculo de luz y color. Esta mágica celebración, conocida como el Día de los Farolitos, ha sido el corazón de una tradición que ha perdurado por más de 150 años. Declarada Patrimonio Cultural Inmaterial por la Asamblea Legislativa en 2014, la festividad no solo es un símbolo de devoción, sino también un símbolo de identidad del pueblo ahuachapaneco.
Esta celebración, que honra a la Virgen María, se lleva a cabo en varias ciudades del departamento de Ahuachapán, convirtiendo cada rincón en un espectáculo de luz como ningún otro. Pero, ¿cómo surgió esta tradición y qué simboliza no solo para los habitantes de Ahuachapán, sino para los salvadoreños en general?
Un temblor trajo el primer destello de luz
El Día de los Farolitos tiene un origen bastante peculiar si lo comparamos con otras tradiciones salvadoreñas. Para comprenderla es importante retroceder en el tiempo, hasta el 7 de septiembre de 1850. La zona de Ahuachapán fue azotada por un fuerte sismo, el cual provocó el pánico entre sus habitantes. Debido a esto, cada uno de ellos decidió no volver al interior de sus casas y dormir fuera de ellas. Ya que en ese momento no contaban con luz eléctrica decidieron alumbrar la calle con velas y demás. Tras ello, empezaron a pedirle a la Virgen María que todo saliera bien y que los protegiera. Este acontecimiento tuvo lugar en la víspera del nacimiento de la Santa.
Farolitos: estrellas de la noche
La festividad comienza al caer la noche del 7 de septiembre, cuando las familias y comunidades se reúnen para preparar y colocar sus farolitos. Estos artefactos están hechos por una estructura de madera resistente y forrados por papel celofán de colores, lo que da la impresión que cada uno de ellos cuenta con focos de color en su interior. La luz de cada farolito representa una oración o un deseo para la comunidad, creando una red de luces alrededor de las calles de las distintas ciudades del departamento.
Los farolitos se colocan en las fachadas de las casas formando un mar de luces que transforman la noche en un espectáculo de ensueño. Sin embargo, con los años los lugareños han sorprendido a los visitantes con estructuras de hierro de diferentes formas en las cuales se colocan farolitos, simulando así figuras de luces.
Si bien esta tradición está fuertemente ligada al catolicismo, en los últimos años se ha convertido en una auténtica fiesta, sin dejar su carácter espiritual. Previo a la iluminación de los faroles, es común que en las ciudades donde se celebra hayan distintos eventos como bailes, ferias de artesanías y gastronomía. Al bajar el sol, el ambiente y la vibra cambian y es momento de la parte religiosa de la tradición. En ella se celebran misas en honor a la Virgen María, procesiones e incluso vigilias.
Una celebración que trasciende
De este modo, el reconocimiento oficial del Día de los Farolitos como Patrimonio Cultural Inmaterial no solo celebra la importancia de la festividad en la identidad cultural de Ahuachapán, sino que también asegura su preservación y promoción para las generaciones futuras. Este estatus destaca la dedicación de la comunidad para mantener viva esta tradición y compartirla con el mundo.
Tal es la importancia de esta celebración no solo para Ahuachapán, sino para el país en general, que cada 7 de septiembre, San Salvador cede su título de capital para que Ahuachapán lo tome por un día, destacando así la importancia de la herencia cultural que este lugar mantiene. Cada farolito que ilumina la noche es un testimonio del espíritu indomable de un pueblo que, a través de la luz, celebra la vida y mantiene viva su identidad.