Sea vapor o diésel, el ferrocarril fue uno de los grandes responsables del desarrollo y la modernidad en El Salvador.
Desde la llegada del ferrocarril a El Salvador en 1880, estas grandes máquinas hechas de hierro, jugaron un papel crucial en el desarrollo económico y social del país, facilitando el transporte de mercancías y personas.
Los primeros ejemplares de estas máquinas fueron de vapor. Estas locomotoras, generalmente de dos o cuatro ejes, estaban equipadas con grandes chimeneas que expulsaban nubes de vapor y humo, creando un espectáculo que nunca antes se había visto en el paisaje salvadoreño. Su diseño robusto y su capacidad para arrastrar varios vagones las hacían ideales para desplazarse sobre las distintas superficies donde fueron construidas las vías de los trenes.
Aunque estas máquinas eran confiables y eficaces para el transporte de carga, también traían sus complicaciones como el consumo de grandes cantidades de carbón o leña, lo que no solo aumentaba los costos operativos, sino que también contribuía a la contaminación del aire, dejando tras de sí una estela de humo y hollín. Sin mencionar la complejidad de su mantenimiento, el cual requería mano de obra especializada añadiendo un desafío adicional para los operadores.
Con el paso de los años, y a medida que el siglo XX avanzaba, las locomotoras diésel se convirtieron en todo un acontecimiento. Estas nuevas máquinas eran más eficientes, requerían menos mantenimiento y ofrecían una mayor velocidad. Las locomotoras diésel, como las de la serie EMD, se convirtieron en el corazón del sistema ferroviario salvadoreño. Su diseño moderno incluía cabinas amplias y motores potentes que permitían una operación más silenciosa y suave. Si bien este tipo de locomotoras generaba menos emisiones de gases, volviéndola en una alternativa amigable con el medio ambiente, el depender del diésel como combustible también conllevaba sus propios retos, especialmente porque se trataba de un producto cuyo precio caía y subía de forma inestable en el mercado. Además, estas máquinas no contaban con la misma potencia para transportar cargas muy pesadas, especialmente si el terreno en el que se desplazaban no era consistente.
Vapor o diésel, cada una de estas locomotoras cambió el panorama no solo vial en El Salvador, sino también el social y sobre todo, el económico. Aunque hoy el ferrocarril solo sea un recuerdo en la mente de aquellos que alcanzaron a ver su grandeza, hay quienes guardan la esperanza de volver a verlos circulando en este nuevo El Salvador.