La cuna del náhuat

Nahuizalco: La cuna del náhuat

Hay pueblos que no necesitan grandes monumentos para contar su historia. Basta con caminar por sus calles, escuchar a su gente, mirar cómo tejen, cómo cocinan, cómo saludan para entenderla. Nahuizalco, en el corazón de Sonsonate, es uno de esos lugares donde todo —hasta el silencio— tiene un significado profundo.

En este mágico pueblo, las tradiciones y las costumbres no son algo del pasado. Son parte del presente, se celebran, se viven y se protegen. Desde muy temprano, las manos de sus artesanos transforman tule, madera y fibras naturales en piezas que cuentan quiénes son y de dónde vienen. Y cuando cae la noche, las velas del mercado nocturno iluminan el gran corazón de servicio y amabilidad de sus habitantes.

Y es que, Nahuizalco ha sabido cuidar su identidad. A pesar de los cambios del tiempo y la modernización, aquí la herencia indígena no se ha perdido del todo, al contrario, se ha defendido con amor y orgullo. Las costumbres, los rituales, la vestimenta y la lengua náhuat — entre algunos habitantes— siguen vigentes, ya que han buscado alternativas para enseñárselas a las nuevas generaciones.

Por eso, quienes llegan a esta “cuna del náhuat” encuentran un destino diferente al resto de pueblos que conforman El Salvador.  Se dan cuenta que en él habita una población que enseña con su forma de hablar y actuar, que recibe con calidez, que comparte sin apuros y que vive con raíces profundas.

Para comprobarlo, solo basta con platicar con uno de sus habitantes y comprender que en este pueblo todo turista se reconecta con lo sencillo y con lo auténtico y, por supuesto, entiende el verdadero significado de la memoria viva. Porque en cada rincón hay una historia que merece ser escuchada, una tradición que ha sobrevivido con los siglos y una población que lucha por preservar sus orígenes.