En El Salvador, si ves un gato cruzando la calle o durmiendo en una acera, lo más probable es que alguien diga: “¡Mirá el michi!”. Y no importa si es blanco, rayado o callejero: todos son michis. Pero, ¿de dónde viene esa palabra tan peculiar?
¿Te has preguntado alguna vez por qué le decimos “michi” a los gatos?
Bueno, una de las teorías más conocidas surge del antiguo Imperio Inca, donde en esas poblaciones no había gatos. Sin embargo, cuando llegaron los conquistadores españoles, ellos sí traían consigo a estos felinos. Entonces, su forma de llamarlos era: “¡Mishi, mishi…!”.
Los incas creyeron que ese era el nombre del animal, por lo que lo incorporaron a su lengua nativa, el quechua, como la palabra michi, que significa gato.
Otros expertos en historia aseguran que el término ya se encontraba entre las lenguas nativas de México, como el otomí, que decía “Mixi”; el Maya, “Miis”; el Purépecha, “Misitu”; el Tarahumara, “Miisi”; y el Náhuatl, que lo llamó “Miztli”.
En pocas palabras, su origen sí o sí proviene de nuestros antepasados. Es decir, no es solo un apodo: es una palabra con raíces profundas que ha sido parte de nuestra historia lingüística.
En El Salvador, como buen país centroamericano con raíces profundas en nuestros pueblos originarios, nuestro idioma es un reflejo de historia, mezcla y creatividad. Con el paso del tiempo, hemos ido adoptando y adaptando palabras que hoy sentimos muy nuestras: decimos cipote, guacal, petate, guisquil, tamal y claro, michi para hablar de los gatos.
Cada término guarda un pedacito de nuestra identidad, esa forma tan salvadoreña de ponerle sabor a lo cotidiano y de expresar cariño con una sola palabra.
Además, con la popularidad de los memes y los videos de gatitos en redes sociales, el término “michi” se volvió universal en internet. Y claro, nosotros no nos íbamos a quedar fuera.
¿Los gatos nos hacen caso cuando decimos “michi”?
Bueno, esto sucede la mayoría del tiempo. No es que entiendan la palabra como tal, pero la forma en que decimos “michi”, con un tono suave, repetido y medio juguetón, suele captar la atención de los gatos. Ellos no entienden el idioma, pero sí los sonidos familiares, y si siempre los llamás así, pues ya saben que “michi” es igual a atención o comida.
Así que la próxima vez que un felino se cruce frente a ti, no dudes en decirle: “¡vení, michi!”. Capaz y te responde con un maullido.