Cuando una abuela le ata un listón rojo al tobillo de un recién nacido o alguien evita salir un martes 13, no lo hace por costumbre, sino por una intuición que viene de generaciones atrás. En El Salvador, las supersticiones no solo se cuentan: se viven.
En El Salvador, un país donde las raíces indígenas, la herencia colonial y las influencias africanas se entrelazan como hilos de un mismo telar, las creencias ancestrales no son solo parte del pasado: siguen vivas, respirando en la rutina diaria. Son gestos, rezos, amuletos y consejos que han pasado de boca en boca durante generaciones, y que aún hoy, en plena era digital, nos protegen, nos guían y nos conectan con lo que no siempre se puede explicar.
Aunque vivimos rodeados de avances tecnológicos, inteligencia artificial y criptomonedas, basta una noche de luna llena, el canto de una lechuza o un bebé con fiebre sin razón aparente para que muchas personas recurran a esos saberes que parecen venir de otro tiempo. Porque en El Salvador, la fe en lo invisible no ha desaparecido: simplemente se ha transformado.
Creencias que Resisten el Tiempo
Las supersticiones salvadoreñas tienen raíces profundas. Mucho antes de la llegada de los españoles, los pueblos originarios, como los pipiles, creían que en cada planta, animal o fenómeno natural habitaban espíritus protectores. Usaban hierbas como medicina sagrada y veían el mundo como un todo espiritual. Con la colonización, estas creencias se fusionaron con el catolicismo: se introdujeron rezos, cruces, santos… pero lejos de borrar lo anterior, todo se mezcló.
La influencia africana también dejó huella, especialmente a través de los esclavos traídos durante la colonia. De ahí vienen muchos rituales de protección y uso de amuletos contra la envidia o el mal de ojo. Con el tiempo, esta mezcla de culturas formó un universo de creencias que hoy sigue presente en muchas casas salvadoreñas, incluso entre quienes también creen en la medicina moderna o practican yoga con apps de meditación.
Supersticiones más comunes
Estas creencias no son simples «locuras», como a veces se les llama con sorna. Son parte de una sabiduría popular que ofrece respuestas, o al menos alivio, ante lo que la lógica no alcanza a explicar. Aquí te compartimos algunas de las más conocidas y practicadas:
- Mal de ojo: Se cree que una mirada cargada de envidia puede enfermar, especialmente a los bebés. Los síntomas pueden ir desde vómitos hasta fiebre y decaimiento. Para protegerlos, se les coloca una pulsera roja o un amuleto como el «ojo turco». Si ya fueron afectados, se recurre a una limpia con huevo, hierbas como la ruda y rezos a la Virgen del Carmen.
- El susto o espanto: Un trauma repentino puede “robar el alma” de la persona, dejándola enferma o sin energía. Para devolverle el equilibrio, los curanderos usan hierbas como albahaca y romero, alcohol y tabaco, mientras rezan y limpian el cuerpo. Aún hoy, muchas personas combinan este tipo de ritual con atención médica moderna.
- La lechuza: Cuando se oye su canto cerca de una casa durante la noche, muchos creen que anuncia una muerte próxima. El consejo: rezar y no asomarse.
- Martes 13: Día que se evita para casarse, viajar o firmar contratos. «En martes 13, ni te cases ni te embarques», dice el refrán. El origen de esta creencia mezcla la mitología romana con la tradición cristiana.
- Los duendes: Seres mágicos que, según la tradición, habitan en casas o bosques y esconden cosas, asustan o incluso juegan con los niños. Para calmarlos, se les dejan dulces o café. Si se vuelven molestos, se usan rezos e incienso.
- La flor de amate: Se dice que a medianoche, este árbol —que nunca da flores— produce una sola flor blanca. Quien logre atraparla tendrá amor, salud y riqueza, pero debe enfrentar al diablo, que es su guardián.
- El cadejo: Un perro fantasma que aparece en caminos solitarios. Si es blanco, protege. Si es negro, es un mal presagio. Muchos aseguran haberlo visto o sentido su presencia mientras viajaban de noche.
- Romper un espejo: Se cree que fragmenta el alma y trae siete años de mala suerte. Para evitarlo, algunos entierran los pedazos bajo la luna llena o los sumergen en agua corriente.
- Pasar bajo una escalera: Se considera de mala suerte porque rompe el “triángulo sagrado” que simboliza la fe cristiana. ¿El antídoto? Tocar madera o cruzar los dedos.
- La soguilla del chucho: En el campo, si un perro tiene tos, se le coloca una cuerda hecha con olote en el cuello. Según la creencia, con eso se cura.
- Quitar el hipo: Tradicionalmente, se le asusta a la persona o se le dice una mentira para “despistarlo”. A los bebés, se les pone un hilo rojo mojado en la frente para cortar el hipo.
La tradición pasa de generación en generación
Puede parecer contradictorio, pero en pleno 2025 estas prácticas no solo persisten: se transforman. Hay limpias virtuales ofrecidas por “terapeutas energéticos”, amuletos que se venden por Internet y rituales que se comparten en redes sociales. Las procesiones de las ánimas cada 1 y 2 de noviembre, por ejemplo, no solo recorren calles: también se viralizan en TikTok.
Según un estudio reciente del Ministerio de Cultura, el 60% de los jóvenes en zonas urbanas han recurrido alguna vez a curanderos o prácticas tradicionales para tratar problemas emocionales, especialmente después de la pandemia. No se trata de rechazar la ciencia, sino de complementarla con creencias que también ofrecen consuelo.
Eso sí, la urbanización y la pérdida del contacto con los mayores han puesto en riesgo muchas de estas tradiciones. Iniciativas como MUNA de Noche, del Museo Nacional de Antropología, trabajan para mantenerlas vivas, enseñando a nuevas generaciones que los mitos no son solo cuentos de miedo, sino formas de entender y respetar el mundo.