La danza es, sin duda alguna, uno de los medios más atractivos no solo de contar una historia, sino también de dar a conocer y promover las tradiciones de un lugar.
Las danzas folklóricas tienen la capacidad de transportarnos y contarnos una historia llena de vida y color, mostrándonos parte de las costumbres y tradiciones propias de una región. Cada una de ellas está compuesta de distintos elementos que van más allá del baile; la música, la coreografía, el vestuario, la escenografía y los gestos de los bailarines son piezas importantes que en conjunto se convierten en una obra llena de identidad.
En El Salvador, este tipo de bailes vienen desde las míticas danzas de historiantes, las cuales cuentan las hazañas y desventuras de las famosas cruzadas entre moros y cristianos. Con el paso del tiempo, apareció la necesidad de contar la riqueza cultural que existe en los diferentes rincones del país. Marcial Gudiel, bailarín y maestro de danza folklórica, ha sido uno de esos personajes que incursionó en la danza más allá de la enseñanza.
Encantado del mundo de la danza y el folklore, Gudiel dedicó gran parte de su vida a investigar sobre la disciplina que desempeña, y también sobre las tradiciones y costumbres que caracterizan a algunas de las zonas del país con mayor presencia de cultura indígena. Fue así como nacen sus proyectos “Panchimalco”, “Izalco” y “Cacaopera”.
Esta serie de piezas coreográficas representan tres historias diferentes que sirven como un espectáculo lleno de color, y además son un medio para difundir y dar un pequeño vistazo a las tradiciones propias de estas tres regiones a través del baile, el vestuario y la música.
Se inició con “Panchimalco”, esta obra ofreció estampas de las tradiciones y ceremonias del lugar retomando aspectos importantes como los aportes de las cofradías que han servido para salvaguardar la identidad de los pueblos. Uno de los elementos que más sobresalió en esta puesta en escena fue el vestuario, que respetó la identidad y puso sobre el escenario a las tradicionales panchitas con sus mantos rojos y negros.
La segunda puesta en escena fue “Izalco”, una obra que demostró la particular dinámica de las mujeres dentro de la danza, que originalmente ha pertenecido únicamente a los hombres. Esta pieza puso en evidencia la cultura y el sistema matriarcal de la zona. En ella podemos ver la coreografía “El baile de los Chales”, donde las mujeres aparecen en escena vestidas con el refajo típico de la zona y en lugar del habitual ‘faldeo’, se lucen con una coreografía donde los chales se convierten en los protagonistas.
Finalmente, se presentó “Cacaopera”, en ella el amplio abanico de costumbres y rituales que rodean a este enigmático rincón del país, haciendo énfasis en ese mestizaje cultural que une las tradiciones precolombinas y la influencia de los españoles en la zona.
Cada una de estas piezas rinde homenaje a las costumbres, la identidad y a esas tradiciones que se han transmitido por años de generación en generación en estas zonas y que, gracias a estas obras, hoy pueden ser conocidas por personas ajenas a estos lugares, promoviendo así la cultura salvadoreña.