Mar. Calma. Respiración. El mar ha sido el gran catalizador de las emociones humanas. Terror a sus profundidades. Amor por su superficie. Descanso. Calma. Respiro. El mar está ahí, tan obvio que no siempre lo notamos. Pero cuando lo notamos…
El mar cubre casi todo. El 70% de la superficie del planeta. Pero es más que eso. El mar es comida, es salud, es economía, es distracción, es abstracción, es conexión y es, por qué no, profesión.
En El Salvador lo sabemos. Son 321 km de costa en apenas 21 mil km cuadrados. Desde el río Paz, en la frontera con Guatemala, hasta el golfo de Fonseca, pegado a Honduras y Nicaragua.
El mar es parte esencial de la identidad salvadoreña, aunque no siempre nos ha resultado tan obvio como hoy.
El pescador, los cruceros, el comercio alrededor de un muelle, los mariscos, el fútbol playa y el surf. El surf. El surf.
El surf que en los titulares ha llegado incluso a opacar al mar. El surf, que es pasatiempo de los que tienen privilegios y ha hecho ganar a los que viven cerca de sus costas.
El surf parece que siempre estuvo ahí. En el mundo y en este país. Pero no es así.
Encontrar los orígenes del surf es una tarea casi imposible. Hay luces, ideas de dónde pudo nacer, pero nada concreto todavía.
Tampoco sabemos cuándo llegó el surf a El Salvador, aunque también tenemos pistas.
La primera de ellas data de 1968, cuando un salvadoreño radicado en Estados Unidos vino a explorar las costas salvadoreñas para ver si encontraba un lugar para practicar el hobby que aprendió en su nuevo hogar. Como tantas otras cosas, el surf llegó al país de la mano de uno de sus hijos migrantes.
Luego vino la guerra y lo pausó todo. O casi todo. Porque ni el cruento conflicto de los setenta y ochenta detuvo el movimiento que unos años antes vino desde las costas californianas. El surf siguió a pesar de las balas. En aquel momento no era un deporte. No hacía ganar dinero a nadie. Era pasión. Era conexión. Era adrenalina en su estado puro. Nadie se fijaba en eso cuando había temas más apremiantes. Pero el surf estaba ahí. Y siguió ahí cuando el conflicto terminó. Más de tres décadas después, el surf goza de buena salud.
Se podría atribuir esta persistencia a la geografía privilegiada del país. Y sería lógico hacerlo. No solo son más de 300 kilómetros de costa, es también que en el país hay olas todo el año y hay muchos lugares para practicarlo; es un clima tropical con el mar a una buena temperatura.
Pero el surf en El Salvador es más que su geografía. Es más, podríamos decir que el surf en El Salvador es más que sus olas.
Es su gente. Aunque suena a cliché, sigue siendo válido. La tenacidad de los surfistas salvadoreños ha mantenido al deporte y a la pasión atados a esta identidad. Una identidad, de nuevo, que nunca ha sido obvia, pero siempre ha estado ahí.
Tintas y bits seguirán contando las hazañas del surf en los próximos años.
Pero hoy te lo contamos de manera distinta.