Cada edificio guarda un valor histórico capaz de transportarnos en el tiempo, de igual forma, cada uno de ellos posee un significado distinto para cada uno de nosotros evocando recuerdos, sensaciones y personas.
Grandes edificios, centros comerciales, residenciales con casas imponentes y arquitectura moderna. El paisaje de las grandes ciudades ha cambiado a medida pasan los años, no solo por la existencia de nuevas torres en los distintos rincones, sino también por el estilo con los que estas nuevas edificaciones han sido construidas. Si bien no podemos negar que el modernismo ha ido ganando terreno en el mundo de la arquitectura, aún podemos encontrar estructuras propias del historicismo que nos transportan en el tiempo.
San Salvador, el centro de todo
Para poder hablar del caso específico de San Salvador, nuestra ciudad capital, es importante retroceder unos cuantos años para comprender la distribución arquitectónica y el contraste que hoy la caracteriza entre unas zonas y otras. De acuerdo con Carlos Ferrufino, Vicepresidente de la empresa consultora de urbanismo y arquitectura (CIVITAS), es importante partir del hecho que lo que hoy conocemos como el Centro Histórico de San Salvador, fue en su momento la parte más importante de la capital, concentrando el comercio y la vida social de sus habitantes.
De este modo, no es una sorpresa que los edificios más emblemáticos de San Salvador se encuentren en el Centro Histórico. Este mismo fenómeno explica la expansión de la vivienda a las afueras del ya mencionado lugar, específicamente en la Colonia Flor Blanca. Ferrufino explica que algunas de las casas que comprenden el complejo habitacional de la zona son parte del trabajo del arquitecto Ernesto de Sola, quién se caracterizó por su estilo neo-colonial y también fue el responsable del diseño del edificio del Ex-Banco Salvadoreño ubicado a un costado de la Plaza Morazán.
Edificios e historias
Ahora bien, aunque la arquitectura moderna y contemporánea predominen en San Salvador, esto no significa que sean los únicos. Carlos Ferrufino ha podido identificar cinco grandes períodos de tiempo que engloban el desarrollo arquitectónico de la ciudad. Estos son el colonial, republicano, proto-moderno, moderno y contemporáneo. Pero, ¿dónde los encontramos?
El más antiguo de estos es el período colonial del cual no se ha podido rescatar casi ninguna edificación importante de su época, pero que es el responsable de la distribución de los tramos del Centro de San Salvador. Es decir, la cuadrícula que se forma a través de las calles, avenidas y plazas es herencia de la colonia que aún en la actualidad se conserva. Posteriormente, llega la época republicana dejándonos emblemáticas edificaciones como el Palacio Nacional, el Teatro Nacional y el conjunto del Hospital Rosales. Este período se caracterizó por la influencia europea retomando técnicas muy propias de dicho continente.
Para el siglo XX y a partir de la década de 1920 la arquitectura salvadoreña da un giro importante que nos deja como resultado edificios al mejor estilo Art Nouveau como el Telégrafo, el Edificio Bou y el Palacio de la Policía, este último con la particularidad que también posee detalles de estilo gótico el cual normalmente se utiliza para la arquitectura religiosa. Por otro lado aparecen los arquitectos Armando Sol, encargado de la construcción de la sede actual del Museo Forma, y el ya mencionado Ernesto de Sola que instaura el estilo Neo-colonial.
Para los cincuenta la arquitectura pisa firme de la mano de la Iglesia El Rosario que significó un avance tecnológico de todo lo que en ese entonces se conocía. Con el paso de los años la arquitectura se modernizó y gracias a ello hoy tenemos construcciones como la nueva Biblioteca Nacional, las distintas torres en la ciudad e incluso complejos habitacionales.
Aunque la infraestructura nos asombra por su diseño y complejidad, estas construcciones son mucho más que eso. Cada una guarda historias y adquieren un valor sentimental para cada una de las personas que han tenido el honor de entrar en ellas o simplemente pasar por su fachada. Cada rincón de nuestra ciudad tiene un valor y son parte de nuestra identidad colectiva y personal.