Alcanzar y conquistar el cielo siempre ha sido una de las grandes ambiciones de los humanos. Ya lo vimos en la historia de Ícaro, quien con sus alas de plumas y cera ansío volar tan alto hasta llegar el sol (spoiler: salió mal). Con el tiempo y los avances tecnológicos, cambiaron los materiales y el tamaño de las alas hasta construir una diversidad de naves aéreas que han permitido a los más valientes explorar la inmensidad del cielo.
Esta curiosidad incontrolable nos llevó a bautizar de forma especial el explorar los rincones del cielo. Así fue como nació la aviación y la vida del mundo cambió por completo. En un principio, esta actividad funcionó como una máquina de guerra. Las personas se alejaron del misterio y la curiosidad para seguir las órdenes de aquellos que no comprendían lo grande e impresionante que es el cielo. La ambición y el jugar a ser dioses los convirtió en Ícaros en el cielo.
Sin embargo, no todo se mantuvo oscuro. Hubo aquellos que vieron en este avance de la tecnología una nueva oportunidad. Encontraron en la aviación un medio de ayuda que cambiaría por completo la forma en el que las personas se desplazaban de un lugar a otro entre distancias bastante extensas. Este gran paso le dio inicio a un nuevo capítulo: la aviación comercial.
De repente el conocer y explorar el cielo ya no era para unos cuantos. Doctores, abogados, celebridades, cualquier persona tenía la posibilidad de subir a un avión y experimentar ver el mundo desde las nubes. Y aunque reconocemos a las grandes mentes que nos dieron las tecnologías necesarias para volar, nada de esto sería posible sin aquellos valientes que tomaban el control y decidían dedicar su vida a volar. Esta tarea nunca ha sido fácil, pero el deseo y la admiración de poder tocar el cielo con sus propias manos nunca desapareció.
Así es como sin importar el tiempo y los años que pasen, cada día son más las personas que ven su vida en el cielo, que no les importa el sacrificio y que anhelan con su alma regresar al vuelo cada vez que tocan tierra.