Aunque pareciera que el surf siempre ha estado aquí, El Salvador no es más que un adolescente en esta disciplina, de la cual aún le queda mucho por aprender, explorar y divertirse.
Durante los últimos años se ha vuelto imposible hablar de El Salvador sin mencionar el surf, y viceversa. Y no es para menos, porque bien podríamos decir que nuestro país es algo así como la tierra prometida del surf.
Los salvadoreños sabemos que el surf está aquí, en nuestras costas, como una actividad divertida y al mismo tiempo peligrosa. Pero el surf no siempre estuvo aquí. Ni en El Salvador ni en el mundo. ¿Cuándo y dónde un grupo de personas pensó que sería divertido o útil pararse sobre una tabla y retar a las olas con deleite (y cierta picardía)? Es difícil determinarlo, pero podríamos trazar un pequeño mapa con lo que sabemos.
King y los hombres anfibios
Hay diferentes historias y pistas de dónde fue el origen del surf. Los relatos más difundidos hablan de Perú, la Polinesia o Hawái. Es posible que haya incluso surgido en otro lugar, pero no tenemos constancia. En 1779 el teniente James King dejó constancia de la primera noticia escrita que tenemos del surf en Hawái: “Los hombres, a veces 20 o 30, se dirigen mar adentro sorteando las olas, se colocan tumbados sobre una plancha ovalada aproximadamente de su misma altura y ancho, mantienen sus piernas unidas sobre ellas y usan sus brazos para guiar la plancha. Esperan un tiempo hasta que llegan las olas más grandes. Entonces todos a la vez reman con sus brazos para permanecer en lo alto de la ola… Viendo esos ejercicios realizados por aquellos hombres, se podría decir que son anfibios… El motivo es solo entretenimiento y no tiene que ver con pruebas de destreza”.
Se puede asegurar que el surf tiene, siendo conservadores, 500 años de existencia. Cinco siglos en los que ha mutado. Ya no solo es un pasatiempo sino también un deporte.
El surf en El Salvador
Basándonos en esos 500 años, podríamos decir que en El Salvador el surf todavía es un niño. Con sus ingenuidades y sus carencias, pero también con su espíritu inquebrantable y esa sed de futuro. Porque igual de imposible que poner una fecha para el nacimiento del surf en el mundo lo es dilucidar cuándo y dónde comenzó a practicarse en El Salvador.
El relato más popularizado es que en algún momento del siglo pasado, antes de los ochenta, surfistas europeos y estadounidenses se aventuraron en la exploración de América Latina, no ya para encontrar civilizaciones o rutas comerciales, sino para encontrar algo más prístino: las olas del mar. Sin embargo, sí es posible ponerle, de momento, un nombre y un rostro a quien podría ser la primera persona en surfear en El Salvador.
Se llama Bob Levy. Salvadoreño, hijo de padre y madre salvadoreños. Nació en Santa Tecla, pero a los 11 años migró a California. Una historia que se ha repetido en este país por décadas. En California conoció, entre otras tantas cosas, el surf. En julio de 1968 volvió al país. Venía con más edad, un nuevo idioma y una tabla de surf. Acá, dice, nadie surfeaba. Pronto descubrió El Sunzal y se volvió su lugar favorito.
Dos años después, en 1970, volvió con su amigo Juan Sverko. Se quedaron tres meses. Solo tenían un objetivo: surfear. En 1975 Bob decidió quedarse. Abrió una pequeña surf shop en El Sunzal. El conflicto armado salvadoreño estalló en 1980, las cosas se complicaron y Bob decidió irse del país y no volvió en una década.
Pero el surf en El Salvador había comenzado y ni las balas pudieron detenerlo. En esos 12 años apareció la primera camada de surfistas salvadoreños. Entre ellos, Salvador Castellanos, reconocido periodista salvadoreño, con una sólida carrera de 42 años en los medios, y quien actualmente dirige Fundación La Red, una organización cristiana sin fines de lucro que trabaja en beneficio de las comunidades más necesitadas de las playas de La Libertad.
“Comencé en 1976, hace 48 años. Cuando el surf acá estaba en su primera etapa todavía. Ni siquiera era un deporte, se podía considerar un estilo de vida, una subcultura. Creo que, para los adolescentes como yo, que tenía 13 años, que veníamos influenciados por Woodstock, por todo el rock pesado, por la cultura hippie, representaba un escape de la realidad. Para mí, descubrir el surf fue eso. Yo, siendo todavía un niño, comencé a ver a aquellos cheles con grandes tablas deslizándose sobre las olas”.
El Salvador tiene varios motivos para estar orgulloso de sus olas. Uno de ellos es la constancia. “Acá hay olas todo el año. En Hawái, en la costa norte, que es el lugar más famoso, no hay olas en esta época. En El Salvador siempre hay olas”, explica el laureado periodista. Otro es la cantidad de olas. Hay muchos spots para surfear en los más de 300 km de costa. Y seguramente faltan muchos por descubrir.
Sin embargo, el mayor motivo de orgullo es el que explica Bob Levy cuando le pregunté si en aquel lejano 1968 él les enseñó a surfear a los habitantes de las costas salvadoreñas. “¿Enseñar? Los pocos que había en el puerto solo les prestamos las tablas y lo agarraron como si lo hubieran hecho toda su vida, porque ya vivían en el mar, ya eran anfibios. No tenían miedo”.
Los jóvenes que surfean
Los salvadoreños más jóvenes surfean por el sueño de alcanzar la gloria deportiva o por simple placer. Las recientes competiciones internacionales han arrojado al espectro mediático nombres como Sophia Ramos (13 años), Julissa Castillo (16 años) y Fabiola Salmerón (16 años), quienes ya comenzaron a despuntar en el surf y de quienes podemos esperar grandes noticias.
Pero tenemos también el caso de Abner Bellis (13 años), de El Zonte, quien comenzó a surfear porque no quería estar todo el día viendo Tik Tok; porque vive cerca de la costa y es lo que le gusta hacer.
Si bien no podemos determinar la edad del surf, podemos hacer cuentas de las distintas edades que ha tenido. Desde la edad más básica, en la que era solo diversión y, tal vez, un poco de comercio, hasta la edad actual, en la que coexisten diversión y disciplina.
Pero lo más importante para nosotros es saber que el surf salvadoreño, con todas las alegrías que ya nos trajo, todavía está en ciernes, en el mejor de los sentidos: los surfistas salvadoreños, como Julissa, Sophia, Fabiola y Abner, todavía no han alcanzado la plenitud de sus capacidades. Y esa es una buena noticia.