El pasado 20 de mayo se conmemoró el Día Mundial de las Abejas, una fecha proclamada por la Organización de las Naciones Unidas (ONU) para reconocer el papel fundamental que estos insectos desempeñan en el equilibrio del planeta.
Cada año es necesario recordarle al ser humano que estos insectos son responsables de polinizar alrededor del 75% de los cultivos alimenticios del mundo, por lo que son aliadas imprescindibles para la seguridad alimentaria y, por supuesto, para la salud de la biodiversidad.
Lamentablemente, en las últimas décadas, diversas investigaciones han alertado que las poblaciones de abejas han disminuido drásticamente debido a factores como el uso intensivo de pesticidas, la pérdida de hábitats naturales, el cambio climático y la propagación de enfermedades. Incluso, en El Salvador, los apicultores han confirmado que debido a las causas antes mencionadas, ha habido bajas en la producción de miel y, por ende, pérdidas económicas.
Frente a esta alarmante situación, es urgente tomar medidas concretas para proteger a estos polinizadores. Como ciudadanos podemos contribuir con pequeñas acciones que suman: plantar flores nativas en balcones y jardines, evitar el uso de pesticidas caseros, apoyar a apicultores locales comprando miel natural y, sobre todo, informar y educar a otros sobre la importancia de las abejas en el equilibrio del ecosistema.
Durante milenios, estos diminutos seres alados han sido maestras silenciosas de la cooperación, el equilibrio y la profunda interconexión que sostiene toda forma de vida. Recordemos que su labor incansable garantiza, año tras año, la existencia misma de lo que comemos, respiramos y contemplamos.
Por lo tanto, cuidar de ellas no es un acto de generosidad, sino de sensatez. Porque al protegerlas, nos protegemos a nosotros mismos y al delicado tejido del mundo que compartimos. Al final, cada flor que florece, cada fruto que madura y cada respiro que tomamos lleva, de alguna manera, la huella de su trabajo invisible.