Algo tan propio. Algo que siempre ha estado allí. Llegamos a la época en la que la vestimenta típica sale de los armarios, la venta de estas prendas sube y vemos escuelas y calles llenas de color. Pero, ¿cuál es el recorrido de la tela satinada con que preparan los grandes vestidos? ¿Cuánto tiempo se necesita para tener listo un refajo, o un pañuelo, o una blusa bordada que se utiliza para bailar una canción de no más de 5 minutos en el acto cívico?
El camino es largo y aunque nunca fue sencillo, ahora es más complicado. La historia y sus distintos sucesos provocaron que muchas tradiciones se fueran perdiendo, no por gusto de aquellos que las practicaban, sino por el miedo. Las vestimentas tradicionales y su elaboración tuvieron que quedar guardadas en los rincones más oscuros de las casas.
A pesar de eso, algunas personas se negaron a perder su identidad y buscaron los medios para conservarla. Así fue el caso de Claudia Vega, quien aprendió a tejer con el telar de cintura característico de Panchimalco, con el que además se elaboran los pañuelos que adornan la cabeza de las Panchas, su vestimenta típica. Así como ella aprendió de su abuela, ahora se encarga de enseñar esta técnica a jóvenes, que como ella, se niegan a dejar morir una tradición. Su identidad.
Hay quienes emprenden un largo viaje, al interior o exterior del país, solo para encontrar las piezas tradicionales que ya no pueden encontrarse en sus lugares de origen. Tal como lo hace Alex Gámez.
Aunque el recorrido sea largo, cada hilo, cada tela, cada encaje que forma parte de un traje típico de las distintas zonas de El Salvador guarda un significado, una tradición que mantiene viva la identidad de cada pueblo.