No desmeritamos el impacto del rock salvadoreños, pero es probable que su auge no hubiese sido el mismo sin los icónico toques.
La música salvadoreña tuvo un apogeo en los noventa que no se ha vuelto a repetir, pero lo que ocurrió en esa década no fue casualidad. Hubo varios factores que influyeron de manera decidida en esa movida del rock, y de la música original en general.
El principal factor fue el entusiasmo de los jóvenes, tanto de quienes se dedicaron a componer y tocar, como de los que apoyaron a las bandas. Los medios de comunicación tuvieron también un papel protagónico en aquel momento, especialmente la radio.
Pero la gesta no pudo haberse ejecutado sin espacios donde las bandas pudieran tocar en vivo. Sin ese punto de encuentro entre artistas y público grandes bandas como Broncco, liderado por el legendario Chente Sibrian, Roberto Salamanca, Adrenalina, Los R.E.D.D. o Nativa Geranio no hubieran podido trascender hasta estos días. Ese escaparate para las bandas se daba cada fin de semana en algunos bares que premiaban la producción nacional.
Lugares como el Malibú, Zanzíbar, el Tunal Khan, El Jarro, Chantilly, El Señor Tortuga y el Hard Core Café daban espacio a los artistas salvadoreños para presentarse y presentar su música a los salvadoreños que estaban ávidos por escucharlos.
Quizás el más emblemático de todos fue La Luna Casa y Arte, el espacio que vio nacer y crecer a prácticamente a todas las bandas salvadoreñas de aquella década llena de música. Uno de los requisitos para tocar ahí era tener música propia.
Pero no fueron los únicos bares que abrieron sus puertas a la música, aún queda en la memoria el Tres Diablos, La Ventana y el Búhos. Leyendas y el Arpa Irlandesa también fueron espacios que acunaron a jóvenes talentosos en aquella década. Pese a que en este tiempo se han abierto nuevos espacios, lo cierto es que aquellos artistas y aquellas noches de música fueron un parteaguas en la historia de la música salvadoreña.