Aunque todos saben que la fotografía tiene sus propias reglas, eso no significa que las grandes fotos deban seguirlas al pie de la letra.
Manolo Rivera es una persona peculiar. Desde su adolescencia soñó con ser periodista, lo que lo llevó a inscribirse en la Universidad de El Salvador. Sin embargo, y por giros inesperados de la vida, terminó en la Academia Nacional de Seguridad Pública. Cuando se encontraba entrando en sus 20, y probablemente en una de las etapas más complicadas de nuestras vidas, Manolo terminó en una agencia encargada de llevar distintas cuentas institucionales. En ese lugar empezó como auxiliar de producción, donde una nueva vuelta de tuerca lo llevaría a finalmente aprender el oficio de la fotografía.
Pareciera que Manolo y la fotografía estaban destinados a eventualmente encontrarse. No obstante, surge la pregunta: ¿Manolo y la fotografía institucional? Cuando alguien menciona el trabajo institucional no es extraño que se nos vengan a la mente procesos metódicos, cuadrados y sin mucho espacio para la experimentación. Todo esto termina siendo algo curioso cuando vemos a Manolo, alguien que no podría estar más fuera del cajón.
Durante una de sus primeras coberturas, estaba de gira en el oriente del país durante la campaña electoral de cierto candidato a alcalde. Como era uno de sus primeros trabajos, la indicación que recibió fue sacar fotos generales del evento. Manolo, quién ha vivido toda su vida en el campo y una de sus actividades favoritas ha sido trepar árboles, resolvió que la única manera de sacar una fotografía donde se viera el candidato y todo el mitin era subiéndose a una viga que se sostenía en medio de dos postes. Al día siguiente, los principales diarios del país en esa época llevarían esa mítica foto de portada y debajo de ella el nombre de Manolo Rivera.
A partir de ese momento muchas cosas cambiarían en su vida, pero su creatividad y el deseo de experimentar por medio de la fotografía no fue una de ellas. Si bien tenía claro que como fotógrafo institucional debía hacer bien a su funcionario o institución, decidió darle un giro a la profesión. De repente la historia dejó de ser un discurso durante la entrega de computadoras en una escuela, sino aquella niña que corría a los brazos de su madre con este aparato en sus manos mientras ambas lloraban de felicidad.
Tras diecisiete años como fotógrafo institucional, Manolo reconoce todo lo que la fotografía le ha dejado, pero también aquellas cosas que se ha llevado y le ha quitado. Si bien dice que para él la fotografía es un sacrificio, no deja de estar agradecido por las incontables oportunidades que esta profesión le ha brindado.