Anacronismo: 3. m. Error consistente en confundir épocas o situar algo fuera de su época, según la RAE. Hablar de tradiciones en el siglo XXI suena raro, anacrónico. Pero sirven para recrear épicas, conservar alguna fe, rememorar épocas mejores. Hablar de tradiciones en el siglo XXI suena raro porque en El Salvador, y en América Latina, nos creímos el mito del progreso, donde lo único importante es el futuro y nunca el presente, ni el pasado.
La revolución tecnológica que vivimos es frenética. Todavía nos estábamos acostumbrando a la hipercomunicación en tiempo real, desde y hacia cualquier parte del mundo, cuando nos cayó encima un paquete de inteligencias artificiales y muchas cosas más.
En medio de ese vértigo, hablar de máscaras hechas de madera y bailes que provienen de la época de la colonia parece, en primera instancia, un sinsentido.
Los historiantes cuentan las batallas entre árabes y españoles (moros y cristianos) que en la península ibérica duraron poco más de 800 años. Batallas que aparentemente no nos pertenecen, pero en realidad sí: hijos no legítimos de los españoles, los países de esta región existen como existen porque venimos de donde venimos. Y venimos también de la península ibérica. Así como venimos de los pueblos originarios.
Las tradiciones nos permiten entender el presente: nuestros éxitos y fracasos en la segunda década del siglo en curso se confeccionaron despacio en el devenir de tantos siglos.
Más allá del folclore, de las estampas idílicas que los hermanos que viven lejos idealizan con justa razón, los bailes, las canciones, los trajes y la comida que nos representan tienen una razón importante; nos recuerdan que esto también somos. Que si hoy podemos hablar de progreso, de futuro, de utopías, es porque quienes con llamas puras nos antecedieron, custodiaron para nosotros el tiempo que les tocó, parafraseando a Dalton.
Por suerte, aquel pasado todavía cuenta con centinelas; personas que han transmitido la herencia de todo el país, de todo el continente, como tesoro familiar. Abuelos, hijos y nietos que transmiten en el presente, con infrecuente lealtad, el pasado del que venimos, sin importarles que el resto de compatriotas solo tengan ojos para el futuro.